viernes, 18 de abril de 2025 - 9:52:38
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Tesla y la porcelana china rota

Elon Musk puede ser un genio y un visionario pero no ha sido consciente de sus propias limitaciones ni de los efectos de sus actos. Su apoyo al nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y determinadas acciones como el apoyo a la ultraderecha europea, así como otras acciones ha provocado un desprestigio de Tesla que le ha situado como un valor tóxico y una marca de la que huir. Su caída en bolsa y la bajada de ventas, especialmente a este lado del Atlántico prevén una travesía en el desierto de la que podría no salir bien parada.

Lo escribí en su momento en estas mismas páginas y lo volveré a hacer las veces que haga falta: Elon Musk es un genio visionario y si no existiera, habría que inventarlo. Ahora bien, como todo cráneo privilegiado, también tiene un lado oscuro que de un tiempo a esta parte me está produciendo bastante rechazo.

Estoy convencido de que, como buen tecnomagnate que se precie, con un ego de proporciones bíblicas y acostumbrado a hacer de su capa un sayo, Musk nunca llegó a imaginarse un escenario en el que su imperio —al menos el automovilístico— pudiera ser considerado un ejemplo de cisne negro, término acuñado por el filósofo libanés Nassim Taleb para referirse a aquellos acontecimientos impredecibles que tienen un enorme impacto socioeconómico.

Seguramente pensó que ni apoyar activa y económicamente a Donald Trump en las elecciones presidenciales —curiosamente, en el pasado apoyó al Partido Demócrata, pero como Joe Biden no le convocó a una cumbre sobre el coche eléctrico, enrabietado cambió de chaqueta—, ni entrar como elefante en cacharrería en las empresas públicas y recortar al más puro estilo Milei lo que él considera gastos superfluos, ni tampoco secundar y jalear a la crema de la ultraderecha xenófoba europea tendría consecuencias.

Pero lo cierto es que algún día se estudiará en las escuelas de negocio cómo Musk ocasionó a Tesla un problema reputacional sin parangón. Porque no solo es que ha provocado que Tesla haya perdido más de un 40% de capitalización bursátil y que las ventas en Europa se hayan desplomado; no, es que ahora tener un Tesla —otrora sinónimo de early adopter y conductor cooles tener un activo tóxico, sin olvidar que en ciertas zonas de EEUU puede ser un peligro, porque te pueden destrozar el automóvil o, incluso, quemártelo.

Estoy en contra de cualquier manifestación de violencia, por mucho que Musk haya contribuido a ello. En cualquier caso, pone de manifiesto lo que señalaba el estadístico Nate Silver en una entrevista reciente: «los tecnomagnates son muy inteligentes, pero tienen un fallo, no asumen sus límites».

Me temo —quizá me equivoque— que a Tesla le depara una travesía por el desierto que ni Trump y sus aranceles van a poder evitar durante un tiempo. La reputación es como la porcelana china: una vez que se rompe, es difícil que se repare bien.

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