R= E x T. Digamos que la remuneración (R) que percibe un individuo es el esfuerzo que realiza en su trabajo por el tiempo que emplea en hacerlo. El tiempo es un factor igualitario del género humano; el reloj del tiempo ni se para ni se acelera para el trabajador, el empresario, el autónomo, el funcionario o el parado. Pero afinemos algo más y reunamos en el concepto esfuerzo el talento, capacidad, conocimiento, habilidad, voluntad, experiencia, agenda familiar y cualquiera otra de las circunstancias que acompañan a la persona.
El esfuerzo, así entendido, es el factor que diferencia al trabajador y al empresario (el funcionario juega en otra liga). Pero cada uno se esfuerza en su parcela. Cómo aceptar, entonces, que los empleados de una compañía telefónica ganen 170 veces menos que su presidente, o que el presidente de una constructora gane 185 veces más que sus empleados, o que el sueldo de los consejeros del Ibex se dispare un 33%, o que el ejecutivo mejor pagado del S&P 500 ganara 164,5 millones de dólares, o que el consejo de una compañía automovilística puntera proponga un bonus para su líder de casi 900.000 millones de euros en diez años. Cómo es posible atribuir a una persona o a un equipo de directivos el éxito de una empresa. Estas abismales diferencias no son de recibo, son repudiables y el caldo de cultivo de un obvio malestar social.
Cómo aceptar, entonces, que los empleados de una compañía telefónica ganen 170 veces menos que su presidente, o que el presidente de una constructora gane 185 veces más que sus empleados, o que el sueldo de los consejeros del Ibex se dispare un 33%, o que el ejecutivo mejor pagado del S&P 500 ganara 164,5 millones de dólares.
En ese ambiente de desigualdad, el presidente de la patronal española viene a echar sal a la herida con una gotas de aptitud y actitud. «Nos falta gente porque mucha gente no quiere trabajar», sostiene en un discurso que parece sacado de la primera revolución industrial. «Tú vas a África y quieren venir a trabajar», añade para definir la negativa actitud que percibe en miles de españoles en el paro. «¿Tú crees que Carlitos (Alcaraz) trabaja 37 horas a la semana?», insiste en su postura de mantener el horario laboral de 40 horas obviando la recompensa que el tenista obtiene con su indiscutible esfuerzo. Sus palabras destilan la idea de trabajadores dedicados en cuerpo y alma por un puñado de monedas.
Antonio Garamendi demuestra tener una visión distorsionada del mundo que le rodea. Nada comenta sobre la marcha económica y financiera que vive el país; cobra aproximadamente 25 veces el SMI pero defiende que los «suyos» racaneen una décima de subida a sus trabajadores; niega una mejora en el tiempo de trabajo, es decir, tiempo de vida personal, con una invocación a trabajadores más precarios venidos de fuera; y exige productividad pero calla ante el dato de que el 47% de los trabajadores hacen horas extras no remuneradas. En nuestro país se escriben discursos reaccionarios o inmovilistas que abogan por una vuelta atrás en derechos individuales y colectivos. Habrá que añadir a los mismos el del presidente de la patronal.

