Es curioso que, aunque tengamos dos orejas y una sola boca, en vez de escuchar, nos dediquemos principalmente a hablar. Escribo en plural mayestático, porque me incluyo en este mal que acecha nuestro tiempo. Si escucháramos más, quizá podríamos entender por qué los que no piensan como nosotros dicen y hacen lo que dicen y hacen, y sin llegar a caer en una suerte de sumisión, se podría llegar a una zona común de entendimiento.
Durante años se nos ha vendido la necesidad de apostar por electromovilidad, porque —y es una verdad verdadera— nos estamos cargando el planeta y con nuestras acciones, estamos acelerando el cambio del clima. El CO2 es el enemigo a batir y la única manera de reducir las emisiones pasa por el coche eléctrico. Pero a la hora de construir el relato, en plena era customer-centric (poner al cliente en el centro), poco se tuvo en cuenta a los distintos stakeholders (públicos), sus necesidades y circunstancias (el 70% de los coches en España duerme en la calle).
Como siempre, la realidad es tozuda y ha sido el propio mercado el que ha dictado sentencia: la hoja de ruta hacia la descarbonización planteada en Bruselas ha sido equivocada y mal ejecutada, además de ser inasumible económicamente hablando para muchos ciudadanos de la UE. Ahora toca dar marcha atrás, y mientras los fabricantes europeos se lamen las heridas provocadas por las multimillonarias pérdidas, el terreno ha quedado abonado para que otros aprovechen la oportunidad. Para ese viaje, no eran necesarias alforjas.
Como siempre, la realidad es tozuda y ha sido el propio mercado el que ha dictado sentencia: la hoja de ruta hacia la descarbonización planteada en Bruselas ha sido equivocada y mal ejecutada, además de ser inasumible económicamente hablando para muchos ciudadanos de la UE.
En una entrevista en El Mundo, Stéphane Sejourné, vicepresidente de ejecutivo de Prosperidad y Estrategia Industrial de la Comisión Europea, afirma: «La descarbonización es un objetivo económico para la UE a medio y largo plazo. ¿Por qué? Porque gastamos 400.000 millones de euros cada año en comprar hidrocarburos al exterior, un dinero que podríamos destinar a servicios públicos y educación».
¿Cómo? ¿Entonces ya no es por ecología por encima de todo, sino por economía? ¿Y si desde un principio se hubiera formulado la apuesta por el VE poniendo el acento en reducir la dependencia del oligopolio petrolero? ¿Y si en vez de tanta ideología se hubiera apostado por razones contantes y sonantes? Quizá otro gallo hubiera cantado… No hay nada como que a uno le toquen —o le llenen— el bolsillo.

