ARTURO DE ANDRÉS
Bajo el punto de vista del aprendizaje de la conducción, España ha tenido mala suerte en los últimos sesenta años. La Guerra Civil devastó nuestro parque móvil y los turismos que sobrevivieron fueron manejados, durante dos décadas, o por profesionales, o por miembros de familias adineradas.
En los 60s llegó la popularización del automóvil, y con ella aprendieron a conducir personas de edad madura; las cuales, salvo excepciones, nunca llegaron a hacerlo bien, pues aprender a conducir con más de 40 años no es lo más recomendable. Y cuando los jóvenes empezaron a sacarse el carnet, llegaron las autovías, y perdieron la ocasión de practicar de forma habitual la conducción más exigente: la de carretera de doble sentido, midiendo curvas, distancias y adelantamientos.
Consecuencia: mucha gente sigue sin saber adelantar en curva, ni tan siquiera en autovía, y no digamos si es a un camión o un autobús. Se quedan detrás de él, pero por el carril izquierdo, taponando el paso, y hasta que no tienen visión de la siguiente recta, no aceleran y pasan; sin duda temen que el camión, imitando a los cangrejos, empiece a andar de lado por la curva, y les aplaste. Pero la palma se la lleva una anécdota de la que fui protagonista, junto a Ángel Alonso, mi compañero de la página de al lado. Corría el mes de Julio de 2001, Volvo acababa de presentar en su S60 el turbodiésel D5 de 163 CV, y yo me lo había quedado uno directamente, para iniciar con él las oportunas pruebas. Y lo primero que hicimos con él fue asistir, con nuestras mujeres, a una reunión de amigos celebrada en Asturias durante el fin de semana.
Opinión completa en la edición impresa de La Tribuna de Automoción nº 351