jueves, 12 de junio de 2025 - 7:37:31
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Mágica trilogía del automóvil (1)

«Un coche siempre sabe narrar una historia, máxima que parece olvidar la práctica mercadotécnica de hoy, secuestrada por las prosaicas cuentas mercantiles y la gélida frialdad de las prestaciones»

Tiempos recios es una de las novelas del escritor peruano Mario Vargas Llosa. Me permito empezar así para rendir escueto obituario a uno de mis escribidores de referencia. Del título de esta novela cuelgo esta opinión. Los tiempos, nuestros tiempos, encajan con el calificativo del libro del premio Nobel de Literatura. Sea por ello que me preste a descargar la dosis de almíbar que contrarreste el exceso de acritud que nos castiga.

Me centro en una película, aquí titulada el Arte de vivir bajo la lluvia, pero la denominación original es The art of racing in the rain. En España se modifica el verbo esencial y concreto de conducir, por el amplio y ambiguo de vivir. Porque cierto es que la trama gira en torno al típico chico conoce a chica, y todo lo cómico, dramático y romántico que se deriva de ello. Entre bambalinas hay un trasfondo automovilístico que vuelve a poner nuestro icono occidental en una especie de épica mística, a disfrutar por los aficionados de la competición del motor. Vale esta historia sencilla, tierna incluso, sin recovecos.

El protagonista vital de la película, sacada de la novela con el mismo nombre inglés, de Gareth Stein, es un profesor de pilotaje y corredor, Denny, que, al tiempo que construye su existencia personal (matrimonio, hija y suegros manipuladores), desarrolla su carrera profesional con la competición. Su mentor alaba sus cualidades y destaca, de la habilidad al volante, su inspiración para rodar bajo la lluvia en el circuito con la finura de Ayrton Senna. ¿Es un homenaje escondido al as brasileño?

Desde el principio entra en escena otro protagonista, éste es el místico, un perro golden retriever, que Denny adquiere de cachorro, y al que pone el nombre de Enzo. Obvio que con Senna no se acaban las evocaciones míticas. El can acompaña a Denny (interpretado por el actor Milo Ventimiglia) a las clases de conducción que imparte a aspirante al pilotaje, y hace transmitir a través de la voz en off de Kevin Costner, cómo la danza de los coches en plena carrera, también cuando se supone que las ve por televisión, le atrapa con éxtasis de anacoreta.

Enzo es el mensaje en clave de magia automovilística de la película, más bien un socorrido telefilm de sobremesa casera. El perro asume el papel tópico de mejor amigo del hombre para su amo, a la par que miembro legítimo del clan familiar del protagonista e ídolo callado del piloto de carreras que le eligió de entre la camada. Va narrando la visión de la vida gentil. Y deja abierta la espita de su gran utopía: la de reencarnarse en humano a su muerte, conforme a una leyenda mongola que cree en esa forma de existencia como premio a la nobleza canina después de la muerte animal.

La parca llega, no podía ser de otra manera. Enzo se despide de nuestro mundo con un último paseo a bordo del coche descapotable de su amo (un BMW 3.0 CSI de los años setenta del pasado siglo) por el circuito. Y en esas vueltas deja su testamento de perro de vida feliz, en la que el automóvil ha sido uno de sus héroes incuestionables.

«La huella que me ha dejado esta cinta y que, seguro, encandila al buen aficionado al espectáculo del motor»

El arte de vivir (o conducir) bajo la lluvia puede ser una historia sentimentaloide al más fiel estilo empalagoso del cine de los estudios Disney. No fue una película reconocida ni por el público ni por la crítica, de ahí su encaje en ese exilio de las exhibiciones que es la categoría de telefilm; es decir, para la televisión en las horas amodorradas de la siesta.

La huella que me ha dejado esta cinta y que, seguro, encandila al buen aficionado al espectáculo del motor, es que un coche siempre sabe narrar una historia, máxima que parece olvidar la práctica mercadotécnica de hoy, secuestrada por las prosaicas cuentas mercantiles y la gélida frialdad de las prestaciones.
Las tribulaciones de Denny y de Enzo con los automóviles, y esa manualidad artística que es conducirlos, resultaron factores decisivos para hacer de estas plataformas rodantes un estilo de vida y de usanzas.

Estos objetos son un tratado sociológico que puede mimetizarse en las abundantes alegorías de esta película. Ejecutivos de las marcas, prueben de nuevo a empezar el relato del automóvil con el sencillo y hechizante érase una vez. A ver qué pasa.

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