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Defectos ocultos

ARTURO DE ANDRÉS

Los Estados Unidos de América son el país de los litigios judiciales: basta con recordar que una gran parte del metraje de muchas películas o series de TV americanas transcurren ante un tribunal.

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ARTURO DE ANDRÉS

Los Estados Unidos de América son el país de los litigios judiciales: basta con recordar que una gran parte del metraje de muchas películas o series de TV americanas transcurren ante un tribunal.

En dicho ambiente, las marcas americanas de coches hace mucho tiempo que tomaron la postura de que, en cuanto detectaban algún defecto oculto en sus productos, por pequeño que fuese, inmediatamente avisaban públicamente a todos los compradores del modelo en cuestión para que acudiesen al concesionario a reparar el defecto gratuitamente, antes de que lloviesen reclamaciones millonarias con reales o inventadas consecuencias de extrema gravedad.

Recuerdo todo esto porque, ahora que ya ha pasado la marea de lo que le ha ocurrido a Toyota en Europa a costa del pedal de acelerador de su Prius (no hablo de lo de Lexus en América, tema ya algo más vidrioso), me he puesto a pensar en lo que hubiese ocurrido por estos lares hace unas cuantas décadas, si la cultura de la reclamación millonaria hubiese echado raíces en territorio europeo. Lo del pedal del acelerador se resume en que, cuando con el uso todo el mecanismo adquiría cierta holgura y el pedal bajaba unos milímetros más que de nuevo, la punta de dicho pedal podía llegar a engancharse en la alfombrilla. Todo se resolvía poniendo en dicha alfombrilla una pequeña pieza metálica que hacía de tope, y Santas Pascuas.

Opinión completa en la edición impresa de La Tribuna de Automoción nº 349

 

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