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El triunfo de la mano invisible

Ignacio Alonso

Fui al banco con mi nómina al hombro a solicitar un crédito hipotecario para comprar un piso, la única inversión socialmente imprescindible, fiscalmente atractiva y económicamente impecable porque la vivienda –decían- nunca se devalúa.

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Ignacio Alonso

Fui al banco con mi nómina al hombro a solicitar un crédito hipotecario para comprar un piso, la única inversión socialmente imprescindible, fiscalmente atractiva y económicamente impecable porque la vivienda –decían- nunca se devalúa.

Salí del banco con una cuenta corriente suficiente para comprar piso, amueblar el salón y cambiar de coche “si usted quiere”, me comentaron. Y con una ristra de letras firmadas de por vida. Compré piso, muebles y coche que –me parece- se fabrica por ahí fuera.

La vida era bella. Dolía que te quitaran más de un tercio de la nómina antes de que llegara a tus manos, pero tenía casa, coche y algún euro para el fin de semana. Hasta que una mañana oí en la tele que los tal hermanos Lehmann habían quebrado y en Estados Unidos caía la Bolsa y los inversores tenían pánico y los bancos no eran lo que parecían y los magos de las finanzas eran en realidad unos trileros. No me asusté porque Estados Unidos está muy lejos.

Leer opinión completa en la edición impresa de La Tribuna de Automoción nº 359

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