Ángel Alonso
No es asunto recurrente de esta columna el mundo del automóvil analizado desde la vertiente deportiva. Reconozco que no es mi fuerte en cuanto a conocimientos, pero también, como ahora millones de españoles, me dejo guiar por esa pasión que se desata cuando se huelen y se palpan los triunfos.
Porque hay un hecho que no se somete a discusión: una especialidad deportiva engancha a la sociedad cuando se presume la victoria y la opinión pública puede engendrar héroes. Salvo los muy ortodoxos, que disfrutan con la estética de una competición solo por pura afición, la masa solo desata su pasión con el triunfo final de unos colores propios o de un/unos compatriotas.
Fernando Alonso en el automovilismo es un caso muy similar al que hace varias décadas imprimió en la sociedad española Manolo Santana con el tenis. Los triunfos internacionales fueron el banderín de enganche de una disciplina deportiva circunscrita hasta entonces a una clase poderosa y elitista, recluida en clubes privados con la reserva del derecho de admisión en todo lo alto.
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