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MARIANO COLLADO

En plena canícula agosteña, me permitirá el amable lector tomar una pequeña licencia y olvidar, aunque sea sólo por una ocasión, las teorías económico-automovilísticas que suelen inspirar este Camarote, para centrarme en una cuestión mucho más ligera e intrascendente, que ni siquiera parte de una hipótesis más o menos contrastada, sino de una opinión personal basada en la observación subjetiva.

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MARIANO COLLADO

En plena canícula agosteña, me permitirá el amable lector tomar una pequeña licencia y olvidar, aunque sea sólo por una ocasión, las teorías económico-automovilísticas que suelen inspirar este Camarote, para centrarme en una cuestión mucho más ligera e intrascendente, que ni siquiera parte de una hipótesis más o menos contrastada, sino de una opinión personal basada en la observación subjetiva.

Tras observar vehículos aparcados en las calles madrileñas y otros automóviles con los que he coincidido en desplazamientos por carretera, he llegado a la conclusión de que está cayendo en el olvido la moda de “decorar” los coches con pegatinas. Menos mal. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que a buena parte de los conductores les dio por “adornar” sus coches con estos parches demoníacos de todo tipo, desde el clásico 'Bebé a bordo', pasando por los clásicos destinos vacacionales, hasta el insultante 'No fear', que literalmente se traduce por 'sin miedo', pero que podría llegar a interpretarse como 'a tumba abierta'. Toros, margaritas, banderas, nombres propios...un sinfín de adornos de dudoso gusto ensuciando la carrocería.

Leer opinión completa en la edición impresa de La Tribuna de Automoción nº 352

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