ARTURO DE ANDRÉS
En esta misma columna, hace un mes, se hacía referencia al influjo que las eventuales reclamaciones de la clientela están teniendo en el comportamiento de los fabricantes, temerosos de que se les vengan encima demandas multimillonarias a costa de supuestos o reales defectos ocultos, que hayan podido dar lugar a daños quizás reales, pero también supuestos o, al menos, ingentemente magnificados.
Pues bien, como derivación, o mejor complemento de lo anterior, me gustaría llamar la atención sobre la evolución de ese librito (actualmente dividido en varios tomos) que hace décadas se conocía como “Manual del propietario”, cuya transfiguración se ha ido fraguando a lo largo de las décadas 80 y 90.
Hasta entonces, el librito en cuestión era lo que su propio nombre indicaba: un manual de utilización. Te contaba lo que aparecía en el cuadro de instrumentos, y los mandos que había tanto en el salpicadero como en la consola central (si es que ésta ya existía). También incorporaba una ficha técnica bastante o incluso muy completa, junto a una serie de operaciones de mantenimiento y reparación que permitía, con un juego de llaves fijas y un buen destornillador, poco menos que desmontar medio coche (volver a montarlo podía ser, en ocasiones y según el usuario, algo más complicado). Y también incluía un minucioso diagrama de la instalación eléctrica, con el plano del cableado y el esquema de la caja de fusibles.
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