IGNACIO ALONSO
“Antes heredaban nuestros hijos. Ahora heredan nuestras residencias”. La frase ilustra el dibujo de una solitaria anciana sentada en un banco que El Roto, probablemente el más ácido y lúcido de los humoristas que trabajan en prensa, publicó el pasado 26 de julio en las páginas de opinión del El País. Es casi un editorial y el reflejo verosímil de una situación financiera que viven nuestros mayores y que se agudizará en los próximos años.
El sistema de pensiones que tenemos es solidario: los hijos y nietos ayudan a los abuelos en sus últimos años de vida. Frente al modelo de capitalización, es decir, el del sálvese quien pueda, éste de reparto asegura unos mínimos a todos los ciudadanos sea cual sea su condición. Ahora bien, cojea ostensiblemente porque no reconoce el esfuerzo de solidaridad que se realiza a lo largo de una vida, sino que prima los últimos quince años de cotización, y porque establece unos topes discrecionales de percepciones máximas que, en ocasiones, no se corresponden con las aportaciones realizadas a la bolsa común a lo largo de la vida laboral útil.
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