CARLOS OLMO / Madrid
El compacto de Ford, que tiene previsto su lanzamiento a los concesionarios en los próximos meses, se encuentra en la última fase de pruebas antes del comienzo de su fabricación en serie. Y para garantizar su respuesta en la peores condiciones, el equipo de pruebas de la marca del óvalo le ha obligado a mantener su estabilidad y rendimiento tanto en zonas con un calor sofocante o como en lugares demasiado fríos.
Así, uno de los lugares en los que más tiempo han dedicado a comprobar el buen funcionamiento de la tercera generación del Focus ha sido los Alpes austríacos, y más concretamente la carretera “Grossglockner”, una calzada construida en el año 1935, que serpentea el Parque nacional de Hohe Tauern, ante de terminar delante de la montaña más alta de Austria, el Grossglockner (3.798 metros) y su glaciar, el Pasterze. Cuenta con una longitud de 48 kilómetros y su recorrido está protagonizado por un continuo serpenteo de curvas difíciles no aptas para todos los públicos.
Los ingenieros han realizado una media de 200 kilómetros diarios por coche en las peores condiciones posibles, tanto climáticas como preparadas para que el vehículo ‘sufra’, con una pendiente constante de 12% hasta alcanzar los 2.400 metros de altura, un punto en el que el aire es inferior al del nivel del mar algo que afecta a todas las motorizaciones. Así, entre las pruebas a las que se ha sometido se encuentran paradas y arrancadas en plena pendiente, simulaciones de carga completa del vehículo, y arrastre de un remolque de cuatro ruedas de 1.500 kg de peso a velocidad constante.