Cierro esta geometría de las magias automovilísticas. Un triángulo equilátero. Cada uno de sus lados es igual a los otros, en cuanto a las experiencias sensitivas y emocionales de las historias. La trilogía ha tenido en sus capítulos una romántica diferente, pero todos han dejado la huella de hacer de los objetos rodantes un suceso, hasta en los mínimos detalles, por encima de la obsolescencia que bastantes se empeñan en conseguir.
Los testimonios exigen un principio. Acaban de cumplirse once años de mi retirada de la vida activa del periodismo militante en el medio que me otorgó su confianza por espacio de cuarenta años, eso que un compañero en estas lides definió con la descriptiva metáfora del segundo apellido. Se me perdió por el camino de una jubilación anticipada que tomé como merecido reposo del guerrero y que, a la postre, terminó siendo una resignación algo envidiosa por lo que me estaba perdiendo, en la primera fila que ocupé, de un sector que cuantos más ataques recibía, y más peligros le acechaban, más ímpetu de sobrevivir mostraba.
A lo hecho, pecho. Se cubrió una etapa. El cierre de la puerta demanda tanta o más dignidad que su apertura. Me vi afrontando el difícil reto de gestionar las veinticuatro horas del día desde mi exclusiva responsabilidad e iniciativa. No fue una adaptación fácil. Pero había que ponerse manos a la obra para no sucumbir a la nostalgia. Y lo hice.
La vía de escape fue la recuperación o intensificación de una de mis devociones, aletargada hasta entonces por el cúmulo de obligaciones profesionales: leer y escribir, las materias primas de la literatura, dos pasiones que explosionaron al unísono con el toque de diana del tiempo libre.
«Los relatos eran una sucesión continua de las vivencias con los coches y motocicletas en las etapas que a todos nos acompañan: infancia, adolescencia, juventud, madurez y vejez»
La suerte me acompañó. Alguien me ofreció, con fines terapéuticos contra la soledad no deseada, el uso de estas herramientas, a través de un taller de lectura y escritura. Lo defendí a capa y espada. La amistad de un libro es hecho comprobado, y la alegoría del papel en blanco como confesionario redentor de culpas, otro. Compañía y charla, dos poderosos antídotos contra ese mal de nuestro tiempo que es el aislamiento forzado. Llevo tres felices años coordinado en esa tarea con un grupo de adorables soñadores.
En la última reunión de este curso, propuse como tema a los comparecientes una sinopsis de los coches de su vida. Se pusieron a ello, y una semana después, cada uno leyó su alegato hacia el automóvil. Ninguno era experto. Todos sacaron de sus entrañas al coche como una experiencia existencial, no como una tesis doctoral, terreno en el que, me he visto, y me sigo viendo obligado, ocasionalmente, a desenvolverme. Los relatos eran una sucesión continua de las vivencias con los coches y motocicletas en las etapas que a todos nos acompañan: infancia, adolescencia, juventud, madurez y vejez, y en cada una, el coche es testigo de referencia de una vida.
Ninguno olvidó cada coche que condujo o vio conducir a sus padres, incluso en los de peor recuerdo por la sucesión de averías o el grado de cacharro, al que por su longevidad, llegaron, había una cita de evocación entrañable. El mismo sentimiento de gratitud que acompañaba al trasto viejo cuando le llegaba la hora del relevo por el nuevo, siempre en salto de calidad de vida. Era como la despedida a un viejo amigo.
Entresaco de unos de esos textos esta frase: «el primer coche que tuve entre las manos se apoderó de mi voluntad». Según iba escuchando los relatos, invadía mi emocionalidad la fuerza sensible, que yo también tuve, de que el coche era una habitación más del hogar, con el añadido feliz de sus ventanillas abiertas al mundo en continuo movimiento, o con la configuración de sala donde compartir con los padres conversaciones, ocurrencias, juegos visuales o discusiones por los turnos de estilos musicales en el casete.
Los coches nunca han dejado de funcionar como fuente inagotable de recuerdos. En sus habitáculos también hubo mucho de aula formativa para los futuros automovilistas, tanto en los comportamientos edificantes como en los impropios, de puertas afuera y de puertas adentro.
La sesión de cierre de este curso me reveló una nueva dimensión de la intrahistoria de los coches, la que solo se publicita en los corazones. Pura magia, ¿o no?