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La presentación más hermosa del mundo

Pablo M. Ballesteros / Madrid (Crónica)

Decía un viejo profesor, en tiempos de bonanza, que en el mundo no había carencias si no una mala distribución de la riqueza. Hacía esta valoración, a pesar del crecimiento de la población mundial, y afirmaba, sin falta de razón, que mientras en el llamado primer mundo se tiraba la comida, en los países empobrecidos la gente se moría de hambre. Por ello argumentaba que hacía falta mejorar los sistemas de transporte, para evitar que en unos países sobrara alimentos y en otros faltara.

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Pablo M. Ballesteros / Madrid (Crónica)

Decía un viejo profesor, en tiempos de bonanza, que en el mundo no había carencias si no una mala distribución de la riqueza. Hacía esta valoración, a pesar del crecimiento de la población mundial, y afirmaba, sin falta de razón, que mientras en el llamado primer mundo se tiraba la comida, en los países empobrecidos la gente se moría de hambre. Por ello argumentaba que hacía falta mejorar los sistemas de transporte, para evitar que en unos países sobrara alimentos y en otros faltara.

Pero el problema de la pobreza no es una cuestión sólo de países lejanos. A nuestro alrededor también hay escasez. El llamado ‘cuarto mundo’, aquellas bolsas de la población que a veces no pueden comer ni una sola vez al día, han crecido con la llamada crisis.

Por eso, el padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz, comentaba ayer en una atípica presentación de vehículos industriales de Citroën, que los verdaderos problemas de la sociedad, más allá de la ‘prima de riesgo’, son aquellos 60 niños que acuden cada tarde-noche a cenar al comedor social que se encuentra en la Plaza General Vara del Rey, en pleno corazón del Madrid castizo.

Después de la charla en la sede de Mensajeros de la Paz, el grupo de periodistas cogimos un vehículo industrial de la marca Citroën -en nuestro caso una Jumpy-, y nos dirigimos a un centro comercial para gastar en comida los 50 euros que nos había dado la marca francesa, para después entregársela a uno de estos niños que, a pesar de no tener la culpa de nada y no saber lo que es la ‘Prima de Riesgo’ sufren en primera persona los estragos de la crisis.

Una vez cargada la Jumpy con comida para cinco niños,-íbamos tres compañeros y a cada uno nos habían tocado dos, menos a uno de los periodistas que sólo tenía que hacer la compra para uno- nos dirigimos a la Warner donde los pequeños estaban pasando la mañana y donde íbamos a comer con ellos, después de entregarles la maleta con comida, y un regalo sorpresa.

A mí me había tocado un chaval de 13 años que se llamaba Aonuar y una niña de 4 que respondía al nombre de Fathima, y que siempre estaba riendo mirando al mundo con esos ojos enormes llenos de alegría. Como llegamos los últimos nos estaban esperando y nos recibieron con un gran abrazo. Después de entregar las mochilas con la comida y con un balón de fútbol para Aonuar y con un peluche de un elefante, que Fathima no quería soltar, comimos con ellos.

El mundo de los periodistas del motor está copado en su mayoría por hombres rudos que presumen de ser el que escupe más lejos. Por eso, cuando nos expusieron en que consistía la presentación hubo varios que protestaron por tener que ir hacer la compra con una furgoneta. Sin embargo, cuando vieron a los niños hubo alguno que tuvo que tragar saliva varias veces para no emocionarse.

Algunos de los que siempre están hacieDibujondo bromas y que parecen insensibles ejercieron por un rato de padres e incluso se ofrecieron a llevarles a sus países de origen. “¿Quieres ir a Filipinas?” Le preguntaba a ‘su niña’ uno de los periodistas que siempre le están sacando punta a todo y que le gusta dar la imagen de ser el más pasota.

Una vez que habíamos comido, los niños nos entregaron su pequeño gran regalo. Un dibujo que habían hecho para nosotros. Yo tuve suerte, ya que Fathima, con cuatro años, dibujaba fenomenal y creo que me tocó el mejor.

Después de un día emotivo, volvía sólo con ‘mi’ Jumpy para dejar el furgón en un parking de la calle Ribera de Curtidores. El recuerdo de la alegría de Fathima todavía flotaba y el dibujo de esta niña tan especial de cuatro años me acompañaba en el salpicadero.

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