MARIANO COLLADO
Una vez concluido el período estival, con los masivos desplazamientos por carretera que se registran entre julio y septiembre, se puede extraer una serie de conclusiones de las que debería tomar nota la Dirección General de Tráfico y, en particular, su máximo responsable, el señor Pere Navarro.
En primer lugar, trasladar a este organismo una sincera felicitación por la continua reducción del número de fallecidos en accidente de tráfico, una tendencia que se consolida año a año y que, no nos engañemos, ni el más optimista habría sido capaz de pronosticar hace tan solo un par de lustros.
Dicho esto, deben tener en cuenta los responsables de la DGT que esta reducción de la siniestralidad se ha producido a pesar de la célebre huelga de “bolígrafos caídos” que secundó una buena parte de los agentes de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil. Es decir, aunque se impongan menos multas, los accidentes siguen bajando. Ello indica que tal vez haya llegado la hora de apostar por la educación, la formación y la colaboración, en lugar de por la represión al conductor, incluso teniendo en cuenta el efecto amenazador de la nueva normativa en la materia.
Este eventual cambio de estrategia que cuando menos tendría que plantearse la DGT no debe afectar en absoluto a su política en relación con el alcohol o las sustancias estupefacientes. En este ámbito, y a pesar de las salidas de los de siempre con sus desafortunadas declaraciones tras el 'caso Neira', justificando la ingesta de alcohol de un conductor y promoviendo la permisividad, las autoridades deben seguir apostando por la tolerancia cero. Sólo cabe pedir que de una vez por todas se elimine la tasa de alcoholemia, de forma que quien vaya a ponerse al volante de un automóvil sea consciente de que no puede tomar ni una gota de alcohol.
Leer opinión completa en la edición impresa de La Tribuna de Automoción nº 354.