Tesla ha perdido el vigor que hasta ahora lucía en bolsa, a la vista de su rendimiento en los últimos meses. Desde enero de 2020, cuando alcanzó los 87.000 millones de dólares, se mantiene como el fabricante con mayor capitalización bursátil, incluso superó el billón en octubre del año siguiente. Sin embargo, a lo largo de 2022 los inversores han perdido confianza en la firma, pues despidió el curso cotizando a 123,18 dólares (116,81 euros) por acción, una caída del 65,03% frente a los 352,26 dólares (329,72 euros) del 31 de diciembre de 2021. Es decir, su valor se hundió de 1,04 billones de dólares (975.126 millones de euros) a 388.972 millones de dólares (364.144, en euros), dejándose 653.018 millones de dólares (611.114, en euros).
Al margen del complicado contexto que marcó el ejercicio recién terminado para la industria, lo cierto es que las fluctuaciones descendentes de Tesla en el S&P 500 —el índice estadounidense en el que cotiza— pueden encontrar su explicación fuera del sector. Es cierto que, en lo puramente automovilístico, está el temor a una recesión y a cómo afectará a la demanda de cero emisiones o el impulso de los constructores tradicionales en ofrecer mecánicas electrificadas y software de vanguardia, que les equipara con el emblema americano mientras este ha sufrido para cumplir los plazos de lanzamiento de sus novedades.
Pero también es innegable que la fe de los accionistas se ha mermado por...
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