IGNACIO ALONSO
Aunque pueda parecer lo contrario por el título, no van los tiros por esa corriente facilona impuesta, como dogma de fe victorioso de las doctrinas económicas ultraliberales, de lapidar a los sindicatos. Mucho se ha dicho y, (casi) todo malo, de estas organizaciones, hasta llegar al epíteto de reducto de vagos.
La contradicción sindical, en lo que respecta a la industria del automóvil, se detecta en argumentos
más a pie de obra y de alcance limitado: en la gran flexibilidad y sentido práctico que han desplegado en las negociaciones coyunturales con las multinacionales, para evitar males mayores en el irrefrenable deseo de muchas empresas por deslocalizar hacia territorios yermos de regulación, donde pueden hacer de su capa un sayo, que es el verdadero quid de la cuestión.
Esta cintura ha sido alabada, todo hay que decirlo, por la parte contraria que, llegado el acuerdo definitivo y la tregua para unos años, ha valorado el papel de la representación laboral en los términos más elocuentes, aunque en el camino hubiera alguna voz más alta que otras. ¿Se quieren ejemplos en España? Los más recientes: General Motors, Ford, Renault, capítulos innegables de un tira y afloja cuando se quieren buscar puntos de encuentro.
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